Mejores discos del milenio para Rock Bottom Magazine

Los 90 quedan ya como un recuerdo muy lejano y el cambio de siglo (y de milenio) ya tiene suficiente recorrido como para poder tomar cierta perspectiva y hablar de cómo han funcionado a diferentes niveles. Nosotros no nos vamos a meter en berenjenales socio-políticos, pero sí creemos que, en contra del habitual “ya no se hace buena música” podemos confirmar que eso es falso. Es indudable que la época dorada del rock ya pasó, que la música en general ha evolucionado como elemento cultural en los últimos 60 años. Las grandes figuras que fueron los que iniciaron este movimiento han desaparecido o están ya en sus últimos años en el negocio. Más allá incluso las bandas que debieran haber ido tomando el relevo (los U2, Metallica, Pearl Jam, Radiohead…) uno diría que han sido menos de las esperadas, de ahí que la primera sensación que uno pudiera tener es de cierto desamparo. Error. La música en sí nunca desaparecerá, y grandes discos siguen apareciendo sin parar. Es más, la cantidad de buenos discos que se publican ahora (con el acicate de que están disponibles a un clic) es sencillamente apabullante. Quizá hay menos discos de diez, pero hay infinidad de discos de 8 y 9, válgame el símil. Es por esto que en Rock Bottom Magazine hemos querido mirar atrás y comprobar si efectivamente en este nuevo siglo (y milenio, que suena mejor) se siguen sacando discos que se puedan considerar clásicos. Y la respuesta, evidentemente, ha sido que sí. Hemos seleccionado 25 aunque podrían ser muchos más, trabajos que a los integrantes de la redacción nos han marcado e impresionado como cualquier trabajo perteneciente a otra época más reconocida. Como digo, son tan clásicos como cualquier otro. Y no, esto no pretende ser una selección categórica ni pretendemos ser la biblia de nada. Pero, como se suele decir, no estarán todos los que son, pero son todos los que están.

“Devastación”, Bourbon (2015).

Los sanluqueños Bourbon publicaban en 2015 “Devastación”, un salto cualitativo descomunal respecto a su debut “Fango” (2013) regalándonos un disco esencial en los últimos años. Proviniendo del rock urbano evolucionaron hacia un sonido más pesado con trazas de psicodelia y progresivo a la vez que facturan una colección de canciones demoledora. La producción de Curro Ubera (Trafalgar Est.) hace que Bourbon alcancen otro nivel compositivo y de sonido. Canciones como “Contra el cristal”, “Escrito en la pared”, la escalofriante “Te esperaré” o esa descomunal “Devastación” final con Jony de The Soulbreaker Company haciendo los coros, hacen de este “Devastación” una obra maestra de nuestro tiempo.

“High Visibility”, The Hellacopters (2000).

El cuarto trabajo de la banda de Nicke Royale ejerció de bisagra, tanto para el cambio de milenio como dentro de la evolución sonora de los Hellacopters, que transitó desde la garagera suciedad inicial hacia el arena rock de sus últimos años. En “High Visibility” el cantante ya había perfeccionado su habilidad como compositor, como orfebre de estribillos redondos, pero manteniendo unas armonías robustas. Las guitarras todavía rezumaban la alta energía de Ann Arbor y se vieron reforzadas con la llegada de Strings (mucho más técnico que Dregen), pero la vinculación con Michigan no termina ahí, sino que se extiende a ese aroma soul que sobrevuela por todo el álbum y que entronca con la presencia del mítico Scott Morgan, con el que Nicke ya había comenzado a colaborar en The Hydromatics y posteriormente lo haría en The Solution.

“Dreaming in a casket”, Hardcore Superstar (2007).

Buscar a los bastardos de los Crüe en este siglo ya avanzado en dos décadas no arroja grandes resultados. Hay profusión de imaginería, pero poca chicha en general en el mundo del rock duro callejero y descarado. Sin embargo, los de Gotemburgo sí anduvieron cerca, al menos en lo que atañe a pelotas y acierto compositivo. Evolucionando desde un punkrock menos jevilongo, el último disco de la banda con el gran Thomas Silver a las seis cuerdas es un festín de inicio a fin, doce trallazos atemporales para ser berreados sin contemplaciones en el sucio garito en el que celebramos, sin prejuicio alguno, nuestro más libidinoso ochentismo.

“La ley Innata”, Extremoduro (2008).

El vilipendiado y “filifóbico” Robe calla para siempre toda boca (las que siguen ladrando no lo han escuchado bien) con este álbum. En indispensable connivencia con “Uoho” -en guitarra, teclados, arreglos infinitos y producción-, esta legendaria dupla da a luz, cuando nadie daba un duro, un álbum de rock sinfónico sin parangón en nuestra música y al nivel de muchas de las obras cumbre de los grandes maestros del progresivo de los 70. Una canción de 45 minutos (los seis cortes fueron impuestos por la discográfica para facilitar la escucha) que propone un viaje lírico y sonoro único del que debemos sacar pecho (si somos capaces de despojarnos de absurdos prejuicios). Un disco bucle que servidor no extrajo de su reproductor durante semanas y que a día de hoy sigue disfrutando no menos de 6 veces al año para purificar su alma.

“Basement apes”, Gluecifer (2002).

Cuando salió este disco nadie podía toser a la banda de Raldo Useless, Captain Poon y el adorable Biff Malibu. Con un buen bagaje ya a sus espaldas, los Gluecifer de “Basement apes” multiplican su facilidad para el riff, los coros y el estribillo explosivo. Guitarreo subversivo y una de las mejores voces de la escena escandinava conviven en un trabajo redondo que alterna con gracia la velocidad y la pausa, y que los mantuvo en el terreno de la continuidad creativa mientras algún que otro vecino de escena comenzaba a dar pasos en falso. Una banda inolvidable que nos alegró aquellos días de cambio de milenio como pocas, y a la que pudimos disfrutar varias veces en nuestro país. Qué noches aquellas.

“Before the Frost…Until the Freeze”, The Black Crowes (2009).

Este último disco hasta la fecha de la banda de los hermanos Robinson representa a la perfección lo grande que fueron The Black Crowes a lo largo de su carrera. Un disco doble grabado en directo en el estudio que Levon Helm tenía en Woodstock, con ¡veinte! Canciones en una obra excesiva y fundamental que condensa todo lo que representa la música americana de raíces del último siglo. Sin duda alguna, “Before the Frost…” es un disco en el que perderse y dejarse llevar, repleto de canciones gigantescas como “Appaloosa”, “Shine Along”, “I Ain’t Hiding” o la descomunal “Make Glad” con el punteo más brutal que he oído en años, a manos de Luther Dickinson. La obra definitiva de una de las bandas más grandes de la historia.

“Roll With You”, Eli Paperboy Reed (2008).

Este veinteañero de Massachusetts llegó cuando Sharon Jones y, sobre todo, el pelotazo de Amy Winehouse ejercían de abanderadas del neo soul del siglo XXI. La propuesta de este muchacho en su segundo álbum sonaba más añeja que la de ellas, recordando a la etapa dorada de de Stax y Atlantic; pero, sobre todo, Eli se destapaba como un enorme compositor tras un bluesero debut del que en su momento sólo se prensaron quinientas copias. En muy poco tiempo había crecido y se había convertido además en un gran guitarrista y era capaz de pegar unos gritos acojonantes, alternando lúbricas baladas como “I’m I Wasting My Time”, con rompepistas vibrantes como “The Satisfier” o “The Boom”. Su directo era una bomba y algunos incluso llegamos a pensar que el futuro del soul le pertenecía.

“Temple Beautiful”, Chuck Prophet (2012).

Cualquier persona decente sabe que Chuck Prophet es una súper estrella en ese universo paralelo que solo a veces atisbamos. En el nuestro, el tipo se lo curra para hacernos la vida más llevadera. Cuando le entrevistamos dijo que su objetivo era escribir “a classic album”. Buenas noticias, Chuck: lo hiciste con “Temple Beautiful”. Su particular homenaje a San Francisco recoge lo mejor de su cosecha, y aquí encontramos desde punk a power pop pasando por el country o el glam con unos arreglos finísimos y una banda que rezuma grasa. Una colección de doce maravillas que trasmite una positividad contagiosa y que en unos años será ese clásico que el Profeta anhela. Aunque sea en ese otro universo del que hablamos.

“No Time for Dreaming”, Charles Bradley (2011).

Bradley lanzó “No Time for Dreaming”, su primer disco, a los 62 años vía Daptone Records. La disquera de Brooklyn le descubrió siendo un impersonator de James Brown y no desaprovechó la oportunidad de darle al mundo la oportunidad de disfrutar de él. Su voz es cruda, profunda y negra. El lamento con más alma que ha sido registrado por una máquina de cinta en el siglo XXI. Deudor del sonido Stax y de la Motown de Marvin Gaye, “No Time for Dreaming” es una oda a la esperanza pero también un monumento al dolor y la injusticia que nuestro mundo entraña. Cortes como “The World (Is Going Up in Flames)” o “Heartaches and Pain” no son simples ejercicios de nostalgia, son retazos del maltrecho corazón del cantante. Las heridas sangrantes de Bradley cicatrizan para convertirse en piezas sublimes de orfebrería soul, llevando al músico de Gainesville, Florida, a alcanzar el éxito internacional en la senectud, tras toda una vida en los márgenes de la sociedad.

“Santa Leone”, Pájaro (2012).

En 2012 desde Happy Place Records nos llegaba uno de esos trabajos que rezuman clase y creatividad a raudales. El que fuera guitarrista de Silvio Sacramento, Andrés Herrera “Pájaro” hacía su debut en solitario con “Santa Leone”, un disco de los que dejan huella en su primera escucha y no te abandona nunca. Con un estilo muy personal, que bebe de fuentes tan diversas como el surf, Morricone o la música mediterránea, Pájaro nos deslumbraba con su carisma y su talento como compositor y guitarrista. Desde ese inicio Tarantiniano, clásicos inmediatos como “Perché”, “Las criaturas” o un “Palo Santo” que te hiela la sangre, “Santa Leone” se convierte en un clásico inmediato y Pájaro un músico indispensable.

“Brothers”, The Black Keys (2010).

El álbum que cambió para siempre la suerte de los “Teclas Negras”. El dúo formado por Dan Auerbach y Patrick Carney dejó atrás las interminables rutas en furgoneta de sala en sala para convertirse en atípicas estrellas del rock. Ellos mismos reconocen que no les encaja demasiado bien esa etiqueta pero les gusta viajar a Europa en primera clase para actuar en arenas y festivales. Lo interesante de todo esto es que “Brothers” es brillante, cada canción funciona mejor que la anterior, dando al conjunto del “larga duración” un sentido estético único. Una sección rítmica con reminiscencias al soul sureño de los 60, con melodías pop y guitarrazos al estilo del Chicago en el que reinaba el blues, matizado con la cantidad exacta de fuzz. Una combinación curiosa pero efectiva que cristaliza en cortes con un pie en el pasado y otro en las pistas de baile, como “Tighten Up” y “Howlin’ for You”.

“Again and Again”, Sex Museum (2011).

Voy a decir algo que se ha repetido tanto que casi ha perdido su significado, pero creo que en este caso es absolutamente cierto: si Sex Museum fuesen de Seattle, de Palm Springs o de Detroit, serían leyendas del rock a nivel internacional. También es cierto que si en 1987 hubieran lanzado su primer disco, “Fuzz Face”, desde un sello independiente del sur de California o del norte del estado de Washington, puede que hoy no estuviera escribiendo sobre “Again and Again”. Una joya inclasificable con himnos como “I’m Falling Down”, “Seven Days” o “Save Your Soul” que supone un monumento a las bandas de rock que luchan contra la realidad de la industria durante años y jamás se alejan de su camino. Sex Museum representan el éxito de la coherencia. Este disco no es solo una colección de canciones perfectas, también es un manifiesto, un triunfo sonoro de las ideas sobre las cosas. Esencial para cualquiera que ame la música.

“Opus eponymous”, Ghost (2010).

Lucifer…es el primero vocablo del primer disco de la banda que más ha crecido en la última década, aunque no han ido de menos a más musicalmente, sino de más a más. Imposible elegir uno de sus trabajos, todos sobresalientes; mejor dejar como muestra su carnal y esquelético debut que recoge de golpe todas las influencias que un joven Tobias Forge acumulaba en una mochila a punto de descoserse (bueno, y el hecho de contener la mejor canción de la banda, “Ritual”). Rock, goth metal, toques prog, estribillos pop, quién da más. Ghost, a pesar de su carácter unipersonal, se han labrado la fama de herederos de Alicia o de Kiss. Un espectáculo fuera y dentro de los surcos (impostadamente diabólicos) de sus discos.

“Last Patrol”, Monster Magnet (2013).

La segunda década del siglo XXI no parecía muy halagüeña para los fans de los Magnet. La época gloriosa de “Powertrip” quedaba ya lejos, “God Says no” (2001) y “Mastermind” (2010) no estuvieron a la altura, y a Wyndorf se le veía en muy baja forma. Pero en 2013 nos volaron la cabeza con “Last Patrol, un disco repleto de canciones sublimes y con personalidad propia. La hipnótica “Three Kingfishers”, trallazos marca de la casa como “Last Patrol”, psicodelia a raudales como “The Duke of Supernature”… o uno de sus mejores temas “ever”, ese “Hallujah” que me vuela la cabeza a cada escucha… hacen de “Last Patrol” uno de los discos definitivos de los Magnet y sin duda una obra cumbre de los últimos veinte años.

“Songs for the Deaf” (I), Queens of the Stone Age (2002).

“Songs for the Deaf”, de QOTSA, es una obra maestra absoluta. No creo que haya mucho más que decir de este disco. Si en el momento de leer esto ya lo has escuchado solo hay dos posibilidades: crees que es insuperable o tienes que volver a ponértelo y recapacitar hasta cambiar de idea y unirte a los que adoramos a la banda de Josh Homme. Si no conoces este álbum solo hay una posibilidad: deja de leer, compralo y pinchalo hasta que sangre. Si no te gusta, ya sabes, a darle escuchas hasta que entres en razón. Eso sí, que no te falte cerveza fría. Ya me contarás qué tal.

“I am a bird now”, Antony and the Johnsons (2005).

Una obra escalofriante cuya belleza duele. Pocas veces alguien ha podido sublimar el dolor, la desesperación y el rechazo en algo tan bello como hizo Anohni/Antony Hegarty con este su segundo disco. Comienzas con “Hope there’s someone” y ya estás completamente desarmado. Únicamente Antonyi con su piano y su voz. De una delicadeza exquisita la colección de canciones que conforman este “I am a bird now” hacen de él una obra maestra sin paliativos. Para cualquiera con más sentimientos que un zapato este disco ha de llegar a lo más profundo de tu alma. Si algo como “For today I am a boy” o la devastadora “You are my sister” no te remueve el alma, tienes un problema. Una obra que redime al ser humano.

“Rainy Day Music”, The Jayhawks (2003).

Llegaron y triunfaron años antes, pero problemas de diversa índole les obligaron a reinventarse, tras el polémico, tal vez incomprendido, “Smile”. Pero cuando los Jays parieron esta obra de arte, ya habían decidido retornar a la senda de la sencillez, la melodía, a esas bases folkies salpimentadas por la SG de un inmenso Gary Louris que se fajó duro para borrar las dudas de un plumazo. Con Mark Olson ya en el recuerdo, la nueva vida de los Jays se lo debe casi todo a este disco al que nada sobra, en el que conviven montañas y praderas; medios tiempos luminosos con galopantes temas de fuste y raíz. El disco del verano de 2003.

“In Rainbows”, Radiohead (2007).

Desde “The Bends” (su segundo álbum), Radiohead ha quemado -casi- siempre cualquier rastro de su paso anterior por otros territorios. Habitando ya el olimpo y cuando todos esperábamos su siguiente huida hacia adelante, con más máquinas en el estudio y Yorke -y acaso Greenwood- perpetuándose como único chamán, los de Oxford sorprendieron con una obra maestra orgánica inesperada, más analógica y de más fácil escucha en la que -esto es lo más relevante- vuelven a sonar como una banda. Eso sí: sin estrofas y estribillos, sino desarrollando las ideas, jugando con la dinámica y las intensidades y sorprendiendo -en no pocos momentos- con inesperadas “canciones dentro de canciones” que entran como cuchillo en mantequilla para ofrecernos unos cuantos e impagables viajes a nuestras propias profundidades de humanos promedio.

“By the Grace of God”, Hellacopters (2002).

Pertenezco a una generación para la que “By The Grace Of God” supuso un punto de inflexión en sus vidas. Todo lo que he hecho como adulto, desde discos y giras hasta escribir en esta revista, empezó el día que escuché por primera vez a The Hellacopters y ninguno de sus LP’s representa ese sentimiento mejor que “By The Grace Of God”. Es la máxima expresión de aquello que nació con MC5 y también con KISS. Hellacopters son la quintaesencia del high energy rock and roll, tocado con más clase que ninguna otra formación. Mención especial a Nicke Royale y Robert Strings, que tanto en el estudio como en directo, son dos de los guitarristas más cool que he visto. Sí, por una cuestión de edad me he perdido a muchos, pero a ellos les he vivido, son de los míos o yo soy de los suyos. En cualquier caso, se me ocurren pocas bandas que se ajusten mejor a la definición escénica de ROCK AND ROLL y este es su mejor trabajo.

«Please Don’t Be Dead», Fantastic Negrito (2018).

¿Cómo sonarían las raíces de la música negra sobre una base de rock rabioso, salpicadas con letras progresistas e intrépidas? La respuesta se encuentra en “Please Don’t Be Dead”, el cuarto álbum de Xavier Dphrepaulezz (aka Fantastic Negrito). Ganador de dos premios Grammy y con una historia vital extraordinaria, ‘Negrito’ logra resucitar y actualizar su fondo de R&B tan genuino, pero sin rebajar sus elementos tradicionales. Este innovador disco, con sus riffs pegadizos, una voz conmovedora, y, sobre todo, un inmenso contenido lírico, nos descubre la fórmula mágica para forjar un nexo duradero entre la música moderna y la vieja escuela, generando debate en medio de una celebración de la vida.

“The Stijl”, The White Stripes (2000).

Mondrian y Von Doesburg estarían contentos. Dentro la magistral trilogía inicial de Jack White como The White Stripes (sí, tú también, Meg) este álbum tiene el punto justo de cocción. Es visceral, adrenalínico y primario; una “demo” en crudo, imponente e incontestable; un ejercicio único de destilación del rock -en sentido amplísimo- que conocíamos. Sin ornamento, recreación o esmero alguno por la perfección. Puro formato “raw”, sin mayor artificio estilístico, que rinde un tributo honesto a padres y abuelos del género sin el menor indicio de plagio y aportando una pátina significativa de vanguardia. La obra maestra que entronizó a White como el último enviado para llevar al rock -y sus subgéneros adyacentes- a la tierra prometida tras los infames años de deriva post-grunge. Hats off to (Jack) White.

“The Woods”, Sleater Kinney (2005).

Después de seis discos de berreo y burricie, Sleater Kinney llegaban a la temida madurez con “The Woods”, pero por fortuna no se olvidaron de lo que les hacía tan especiales: la fiereza y las válvulas a punto de fusión. Un disco apabullante, con una producción de primera y, sobre todo, una colección de canciones memorables: si “Jumpers” no te emociona, me como el sombrero. Quizá prefieras la dulzura sarcástica de “Modern Girl” o la épica de “Let’s Call it Love” donde las Riot Grrrls por excelencia coquetean con el rock progresivo. Un disco donde todo encaja y que marcó el posterior devenir de una de las bandas más especiales de estos 30 años. Son unas jefas.

“Behind The Music “, The Soundtrack Of Our Lives (2001).

La carrera de TSOOL arrancó como una lógica prolongación sonora de Union Carbide Productions, con cuya última formación compartía a varios músicos además del carismático cantante Ebott Lundberg. Sus dos primeros trabajos habían combinado atmósferas y texturas lisérgicas con guitarrazos setenteros y cierto aire folkie, pero en “Behind The Music”, decidieron no andarse por las ramas y dar prioridad absoluta a las canciones, hasta completar un álbum sencillamente perfecto y sin perder su esencia: con guiños a los primeros Pink Floyd, pero añadiendo la orfebrería pop de los Beatles y la contundencia de las guitarras de los Who, referencias innecesarias porque bastaría con escuchar canciones tan redondas como “Infra Riot” o “Nevermore”, pero que resultan muy útiles al tratarse de coordenadas bien reconocibles. Oasis se rindieron al encanto de este álbum y se llevaron a la banda sueca de gira.

“Lions”, Black Crowes (2001).

Sí, el “Lions”. El puto “Lions”. El disco que deberían haber grabado con Jimmy Page si los hermanos no fuesen… pues eso, ellos mismos. La influencia de Zeppelin es palmaria y les sienta como un guante, especialmente en los temas más acústicos. En una época en la que su popularidad estaba en juego se tiraron a un rollo denso y abigarrado, y por eso adoro este disco. También valoro lo que significó en su día para mí en un entorno de escasez de referentes: el cambio de milenio fue muy flojo musicalmente. Así que unos tipos que guiñaban el ojo a Aerosmith o Humble Pie me caían bien, qué demonios. Y es que “Lions” define bien de dónde venían los Robinson, y si te fijas bien, a dónde iban.

Javistone, Jesús Sánchez, Dolphin Riot, J. F. León, Juan Torres, Jessica Jacobsen, Javier Sanabria.

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